Recuerdo que hace unos años nos aficionamos mi novio y yo a ver unos programas por la televisión sobre repostería en diferentes sitios de Estados Unidos. Se trataba de una especie de reality que seguía el trabajo diario de una serie de expertos reposteros en varias ciudades de aquel país. Fue antes de que se pusieran de moda los talent show culinarios en España. Fue en esos programas cuando empezamos a oír hablar de cupcakes, cheesecake, brownie y demás. Todo ello siempre con grandes cantidades de dulce y fondant.
Por aquellas tierras no saben lo que es una charlota, una tarta de la abuela o un arroz con leche: tienen sus propias tradiciones. Pero lo curioso del tema es que saben vender muy bien esas tradiciones hasta tal punto que se convierten en modas en otros países. Lo hacen con los postres y con cualquier otra cosa.
Y así es como nosotros nos hicimos fans de aquellos postres americanos hasta el extremo de que una de nuestras peticiones especiales en nuestra boda fue una tarta Red Velvet, una delicatesen que habíamos visto en uno de esos programas y que después ha llegado también a España gracias sobre todo a una conocida cadenas de cafés que la ha puesto de moda también por aquí.
Pero el tiempo ha pasado y nos aburrimos un poco de aquellos postres. Supongo que era para nosotros algo nuevo y exótico pero una vez que algunas panaderías de la ciudad han empezado a llamarse ‘bakery’ y que van sustituyendo las torrijas por cupcakes, hemos terminado aburriéndonos, como se ha aburrido la gente de los restaurantes estilo años 50… años 50 de Estados Unidos, claro, porque los 50 por aquí fueron un poco diferentes.
Así que hemos decidido volver a mirar a nuestro pasado, también a nuestro pasado repostero y recuperar el arroz con leche, la tarta de la abuela, la San Marcos y demás. No sé si son mejores o peores que los americanos, pero cuando pruebas uno de estos postres tienen un sabor un poco más auténtico, más entrañable.