Ha sido una Navidad un tanto extraña para mí. Después de tres Navidades en las que no se pudieron hacer todas las actividades habituales por el tema de la pandemia, estas fiestas se presentaban como las del reencuentro. Supongo que sería algo que le pasó a mucha gente, que prepararon con mimo estas fiestas por las ganas que había de recuperar las tradiciones.
Y en mi caso yo decidí tomar las riendas y organizar la cena de Nochebuena familiar junto a mi mujer. No sé en qué momento se me ocurrió que sería una buena idea hacerlo yo todo y que viniese todo el mundo a mi casa. Supongo que sería la euforia del momento. De cualquier forma, lo primero era organizar el menú. Y decidimos tirar un poco la casa por la ventana. Teníamos que tener toneladas de marisco. Por eso encargué cigala congelada para hosteleria y también gambas que son, no solo los mariscos más típicos en mi familia, sino también el marisco más consumido de España.
El problema es que, hasta ese momento, yo nunca había organizado un ágape de estas características y dudaba con las cantidades. Había que tener en cuenta, así mismo, el tamaño de mi nevera. Porque, a pesar de tener una nevera de estilo americano con un gran congelador, tenía miedo de no tener sitio suficiente. Pero, en principio, no hubo problema, al menos para el marisco y la carne.
Como no quería que me pillase el toro, con el tema del marisco fui muy precavido y lo compré con bastante tiempo. Para la cigala congelada para hostelería ya lo tenía encargado y después hice lo de las gambas. En el congelador tenía para un regimiento, así que esperaba que los invitados tuvieran apetito. Pero también estaba el tema del cordero que se encargaría mi mujer que tiene muy buena mano para ello.
El caso es que, al final, entre unas cosas y otras, faltó bastante gente a la cena, especialmente por cuestiones de salud. Así que nos quedó mucho en la nevera sin consumir. Y nos hemos pasado una cuesta de enero comiendo marisco casi todos los fines de semana.