Cuando alguien me propuso en mi segundo año de universidad colaborar en la organización de unos encuentros de juventud que se hacían en mi ciudad, me apunté encantado. No sabía que se iban a convertir en una experiencia agotadora y bastante decepcionante.
Por aquellos tiempos yo tenía un poco de experiencia en asociaciones juveniles y conocía a algunas de las personas que dirigían los encuentros de juventud. Mi labor sería ‘apoyar’ la logística del evento, un eufemismo que significaba en realidad hacer un poco de todo. E hice prácticamente de todo y también me negué a otro tanto.
Una vez dentro, empecé a darme cuenta que la organización de aquel evento era un desastre. Nadie tenía ni idea de nada y solo parecían interesados en las fiestas que acompañaban al evento. El presupuesto era un verdadero misterio y solo el mandamás podía acceder a él.
A falta de tres meses para que llegara el evento todo estaba manga por hombro. Yo mismo tuve que diseñar y encargar hasta el cordon trenzado de las tarjetas, cuando no tenía ni idea de esas cosas. Teóricamente mi labor, en un principio, iba a estar más bien dirigida a escribir y publicar los textos del evento y llevar la memoria del mismo, pero al final, como digo, hice de todo.
Cuando uno se mete en un ‘fregado’ de este tipo se supone que lo hace porque busca algún tipo de beneficio. En mi caso, solo trataba de ganar contactos con personas de otros puntos de España y de Europa que estuvieran interesados en los mismos temas que yo, además de la experiencia de encargarme de los textos del evento. Nunca vi una peseta de todo aquello, pero luego descubrí que había ‘categorías’ entre los colaboradores. Y mientras yo hacía aquello por amor al arte, otros se levantaban buenas primas, todo de espaldas al presupuesto claro, que cuadraba, al final, de forma misteriosa.
Y si a mí me costó Dios y ayuda tener listo el cordon trenzado de las tarjetas de identificación para el día D, el mandamás del cotarro se presentó allí a última hora dando palmaditas. Por supuesto, al año siguiente dije: “no, gracias”.