Otra vez lo mismo. Es aparecer mis suegros en casa y caer enfermo. Es como si les acompañase la enfermedad allá a donde van. Pero esa enfermedad siempre lleva mi nombre y mis apellidos. Porque si a alguien le sienta mal la comida, siempre es a mí. No hay encuentro familiar en el que yo no acabe padeciendo algún tipo de malestar. Mi mujer dice que debe ser la aprehensión que siento cuando hacen acto de presencia, y seguro que algo tiene que ver, pero entonces, más que al médico, debería ir al psicólogo, ¿no?
La última vez ya fue él no va a más. Yo estaba bien cuando entraron en casa. Bueno, en honor a la verdad, debo decir que ya estaba un poco renqueante. En los últimos años he tenido algunos problemas con mis digestiones hasta el punto que me he hecho algunas pruebas para detectar dolencias más graves. Llegué a ir al médico para preguntar por cancer de recto tratamiento porque había leído sus síntomas y coincidía en algunos. Pero también es verdad que si nos ponemos a leer síntomas de cáncer, todos tenemos algunos… lo cual no quiere decir, obviamente, que padezcamos esa terrible enfermedad.
Tras dar negativo en algunas pruebas me tranquilicé y estuve bastante tiempo bien de salud. Ahora también cuido más lo que como y seguramente influirá. Pero un día antes de que llegaran mis suegros a casa empecé a notarme un poco flojo otra vez. No le di más importancia y traté de pensar en otra cosa, pero la realidad es que en mi fuero interno ya estaba agobiándome por estar malo otra vez con ellos en casa.
Y a las tres horas de reloj de entrar por la puerta tuve que irme a la cama con un espantoso dolor de barriga. Ya me puse a pensar en el cancer de recto tratamiento y todas esas cosas: estaba delirando, tenía 39 de fiebre. Me negué a ir al médico y solo pedí que, por favor, me dejaran tranquilo: generalmente si tengo gastroenteritis y luego fiebre, al día siguiente se me suele pasar. Y así fue, pero tomo nota: trataré de reducir aún más mis encuentros familiares, todo sea por mi salud.