Tengo una buena relación con mi casera, algo poco habitual en estos tiempos de burbuja del alquiler, y suele ser bastante franca conmigo. Hace unos meses lo pasó mal porque se murió su padre que trabajaba con ella con el tema de los pisos en alquiler. Estuvo muy afectada durante un tiempo y un día que tuvo que venir a casa por un problema de humedad me estuvo hablando del asunto.
Al parecer, le habían diagnosticado cancer de cabeza de páncreas y todo había sido muy rápido. De esos tumores agresivos con los que no hay nada que hacer. Una pena. Ella se quejaba de que su padre era una persona súper sana, que hacía mucho deporte, que apenas bebía alcohol, que nunca había fumado, etc. Se cuidaba mucho, me dijo, porque también era un poco aprehensivo con la enfermedad. Por eso todo fue aun más dramático. Ella usó la palabra injusticia para referirse a la muerte de su padre.
Por supuesto, yo la escuché y la animé, pero no estaba de acuerdo en lo que decía. No se puede calificar una muerte de “injusta”, porque no es un concepto relacionable con la enfermedad ni con la muerte, y menos con el cáncer. El cáncer no es una plaga enviada por un dios para castigar a los pecadores. Es la naturaleza que no conoce el significado de lo justo. Eso son conceptos humanos que le quedan muy pequeños a la naturaleza.
Nada de esto le dije a mi casera porque igual me subía 100 euros más el alquiler, con perdón. En realidad, nadie “merece” morir de cancer de cabeza de páncreas ni los que se cuidan, ni los que no se cuidan. Pero la enfermedad está ahí y todavía nos queda mucho para conocerla a fondo y batallarla con éxito definitivo.
De cualquier modo, es evidente que es preferible cuidarse a no hacerlo, no solo porque se tienen más posibilidades de vivir más tiempo, sino porque también se vive mejor. Si el padre de mi casera era una persona sana, entiendo que era su estilo de vida y nadie lo obligaba a ir al gimnasio.