Los morlacos de las 8 de la mañana

Todo el mundo ha tenido el placer de un desayuno buffet en un hotel, ¿verdad? Es toda una experiencia en muchos sentidos. Por un lado porque para muchos es el mejor desayuno que vamos a tomar en una larga temporada. También porque se aprende mucho de las costumbres de otros países. Y, por otro lado, también es una experiencia social, el hecho de comprobar el alto nivel de gula que tenemos siempre que ‘está todo pagado’. Son los morlacos de las 8 de la mañana, el encierro de San Fermín en busca del último croissant, y quítate de en medio que te corneo por el zumo de naranja.

Por diversas razones, en los últimos años he viajado mucho y me ha tocado desayunar en muchos hoteles. Y la experiencia ‘social’ siempre ha sido muy parecida. Vaya por delante que soy una persona que no suele tener mucha hambre por la mañana, no tengo esa ansiedad del primer café, ni tengo que ingerir un bocata de tortilla de patata mientras me desperezo por si me entra un bajón de tensión, como parece que le ocurre a muchas personas.

Pero siempre que toca bajar a desayunar a un hotel sí siento cierta ansiedad, no por comer, sino porque voy a tener que sortear cornadas como en los encierros de Pamplona. Lo primero que hacemos casi todos es localizar el café: es el objetivo prioritario. Y luego tratar de entender la máquina. No será la primera vez que mientras estoy tratando de descifrar el mecanismo, taza en mano, un morlaco llega por detrás y mete su taza como que nada: “Ah, perdona, es como estabas ahí parado”.

Pero como la experiencia es un grado, tengo el siguiente acuerdo con mi mujer, mucho más desenvuelta (y ansiosa) cuando se trata de desayunar: “tú vete a por el café para los dos y yo paseo un poco por el buffet”.

Una vez que hemos cogido lo que nos interesa y nos sentamos en la mesa, entonces puedo descansar y disfrutar el mejor desayuno. Cuando voy terminando (solemos levantarnos muy temprano también para evitar los morlacos de última hora, los más peligrosos) echo una ojeada al buffet y siempre me sonrío: “esta gente lleva semanas sin comer”.