Con un pie fuera 

Llevamos ya cuatro años viviendo en esta casa, pero nunca la he sentido como mía, entre otras cosas porque no lo es. Pero supongo que se trata del síndrome del inquilino perpetuo: cada vez que llego a una casa nueva ya empiezo a diseñar la próxima mudanza. Por suerte, mi mujer es totalmente diferente y disfruta haciendo de cada casa un hogar, ya sea para un año, dos, o diez. Y creo que tiene razón, porque vivir siempre con un pie fuera no puede ser bueno. 

Hace poco se nos estropeó una de las venecianas de madera del dormitorio: ya no bajaba ni subía. Le dije a mi mujer que la dejáramos así: total, nos vamos a ir en unos meses. Y como teníamos otra ventana en la que sí funcionaban las venecianas, no nos íbamos a quedar a oscuras… Me recordó a otra casa en la que estuvimos hace unos años en la que se estropeó la bombilla de la lámpara del techo y estuvimos sin luz durante más de un año en el dormitorio, solo usando la lámpara de la mesita por la noche: lo mismo, como no íbamos a durar mucho en ese piso, ¿para qué arreglar nada?

En aquel momento, ni ella ni yo hicimos nada por subirnos a una escalera y cambiar la dichosa bombilla, pero en este caso mi mujer no está por la labor de dejar venecianas de madera sin arreglar, aunque sean seis meses. De hecho, ni siquiera debemos pagarlo nosotros el arreglo, sería cosa del casero, pero es que me da hasta pereza ponerme en contacto con él por si se saca algo de la manga: siempre que hablas con un casero sobre un problema en su casa tiene alguna novedad preparada de las que no hacen ninguna gracia. 

Pero, en fin, que mi mujer tiene razón, que no se puede estar toda la vida como un nómada yendo de aquí para allá sin apegarse a ninguna casa. Bueno, seguro que se puede, pero yo empiezo a cansarme después de todos estos años. ¿Tal vez comprar un piso algún día e hipotecarnos hasta el día del juicio final? Es una opción que habrá que ir valorando.