La calle veggie

Desde años bajo a un popular barrio de Madrid para dar un curso. Antes de llegar al local, siempre hago la misma ruta, que no es la más rápida, pero sé que llegaré a la hora, porque mis alumnos son los menos puntuales de la ciudad. Así que me lo tomo con calma.

Disfruto muchísimo paseando pos sus calles unos minutos, siempre coloridas y animadas; con esos olores que mezclan la comida étnica y el humo de los cigarrillos de la risa. Pero el barrio está cambiando a un ritmo acelerado. Las tiendas de todo a 100, los comercios chinos y los restaurantes hindúes están dando paso a pequeños cafés regentados por barbados,  minúsculas galerías de arte y resturantes veggies. Y muchos, muchos, perros por la calle.

El otro día entré en uno de esos cafés a tomar un café solo. El barista me hizo una serie de preguntas que no supe muy bien responder. Yo entiendo que su negocio  gira en torno al café y debe ofrecer un plus, pero yo no era el cliente indicado: solo quería un café normal. Pero detrás de mi entró una chica con pinta de actriz de teatro, como mínimo, que cumplía a la perfección el nuevo tipo de cliente que se siente a gusto en un café de este tipo.

Lo primero “la leche sin lactosa”, por favor. Templada, pero no fría. Y el café debe ser un arábica de nombre que no pillé. Y todo ello en una taza especial que, al parecer, estaba reservada para ella: como en algunas cervecerías en las que los parroquianos ya tienen su propia jarra. El coste del susodicho fue de 2,50. El mío solo 1,90. Sé que en la tasca de enfrente, normal y corriente, me hubieran cobrado 1,35 (que tampoco es barato) pero me apetecía probar. No me arrepiento porque el café estaba rico y me dio tiempo a intercambiar algunas palabras con la actriz del tipo “no termina de llegar el verano”, “pues no”.

Lo malo es cuando sales de este barrio y te vas a uno menos veggie  y pides un café corto de café arábica con leche sin lactosa y en taza de porcelana china sostenible…  te tiran un torrezno a la cabeza.